Srinagar, conocida como la «Venecia de los Himalaya» al estar muchos de sus edificios construidos sobre el lago Dal, conserva un rico patrimonio cultural superviviente de la época en que fuera entrada al subcontinente indio desde Oriente Medio a través de un ramal de la Ruta de la Seda. Desgraciadamente, hoy en día su nombre resuena más gracias a la violencia nacionalista que algunos grupos vuelcan en sus calles. Debido a ella, tal y como llegué un militar me informó que en escasos 45 minutos comenzaba el toque de queda de la ciudad, debiendo estar resguardado hasta el alba del día siguiente. Es una norma que suelen aplicar cuando hay cierta tensión, como la había entonces. Las calles estaban llenas de soldados y todos los locales me decían que me refugiase rápido. No estaba la situación para bromas.

Aquella misma noche, una enorme explosión hizo temblar la casa-barco en que dormía. Desperté sobresaltado para encontrarme los cristales de las ventanas del barco rotos y esparcidos sobre el suelo. Al poco, un buen número de militares corría por la calle y al verme en la ventana me gritaban que me quedase dentro. Asustado y sin saber bien qué ocurría, eso es lo que hice hasta que amaneció y desayuné con los dueños del barco, que dormían en la embarcación contigua. Pese a su total condena a la violencia, me contaban como si se tratase de cualquier otra banalidad cómo explosiones así eran normales en períodos de tensión, y que no debía preocuparme.

El "Zero Bridge" de Srinagar

Con el susto en el cuerpo, decidí salir a conocer la ciudad, en la que se alzaban varias mezquitas enormes – algunas en vieja madera-, que actuaban junto a los mercados como epicentros de un enorme trajín y vaivén de personas. El ambiente parecía sorprendentemente normal, y nada hacía intuir que horas antes había explotado una bomba en la misma ciudad. Yo no daba crédito. Aquella idea me hizo pensar mucho sobre cómo se vive en una zona acostumbrada a la violencia. Esos mercados fueron la mejor introducción que pude encontrar para profundizar en la cultura cachemirí y sobre todo en los problemas de la región. Los mercaderes al verme extranjero me invitaban rápidamente a un té y las conversaciones que los acompañaban me fueron desmaquillando las mil caras del un conflicto que azota a la región. Cachemira lleva siglos agitada por los mil grupos étnicos que la pueblan, la religión, la geopolítica y el sempiterno conflicto con Pakistán donde se encuentra hoy la otra mitad de la región. Entendí que aquel rompecabezas tiene tantos puntos de vista como actores implicados. Y que todos aquellos que me invitaban a té estaban hastiados de la tensión.

Pero no dejaba de olvidar una leyenda que ya me fascinó la primera vez que la escuché. Había quien decía que la tumba de Jesucristo estaba allí mismo, y si bien nunca tomé como cierta la historia, tenía curiosidad por verla.

Comida de la calle en India

Farmacia en Srinagar

Cocinando en una sikhara, la embarcación típica del Lago Dal.

Pregunté por ella a todo tipo de personas: mercaderes y empresarios, vendedores de té y carniceros, peatones y conductores, niños y abuelos, policías y militares. Uno de ellos me remitió por gestos a la supuesta tumba, situada a un par de kilómetros, que acabó siendo un convento de monjas católicas. Al cruzar la calle para preguntarles a ellas, acabé siendo desnudado mientras varios rifles me apuntaban (algunos de madera, que me recodaban a los de las pelis y museos de la Primera Guerra Mundial). Había cruzado la calle por un paso elevado prohibido (¡Cómo iba a saberlo si la prohibición estaba escrita en hindi!). Tuve unos segundos de miedo, que afortunadamente superé rápido. Respiré hondo, coloqué las palmas de las manos hacia delante denotando tranquilidad e intenté hacerme entender. Por las dos o tres palabras que chapurreaban en inglés los soldados supe que me tomaban por un terrorista. Una vez comprobaron que no portaba bombas, ni móvil y que mi pasaporte estaba en regla, me invitaron aún sonrojados por el error a compartir un té mientras mi corazón seguía pareciendo una locomotora. El único que chapurreaba inglés me indicó la dirección correcta de la tumba, que resultó en dirección opuesta a la que marchaba, en los mismos mercados del centro de la ciudad. Al poco de comenzar a caminar de nuevo, recapacité sobre lo vivido. No llevaba ni una semana en India, y apenas dos días en Cachemira y aquel día me había despertado una bomba y fui punto de mira de varios rifles. Comenzaba a creerme el eslogan turístico de este país: «Incredible India».

De nuevo en el centro de Srinagar, sabiendo que debía hallarme cerca de la tumba, pregunté en una mezquita por Isá (el nombre con que el Corán se refiere al profeta Jesús) y el imán me dirigió a ella. Me parecía curioso que pudiendo tratarse de algo de tanta importancia tanto histórica como religiosa, a mucha gente de la que había preguntado no entendiera que me refería a la tumba de Jesús, o que al final te respondiese con un «pues todo recto, la segunda a la derecha«, como el que te indica cómo encontrar el servicio de un bar.

Sea como fuere al final llegué al lugar, que me había tomado como una peregrinación personal al tener finalmente frente a mi un sitio que llevaba años queriendo conocer. Era un pequeño edificio de tejado verde, a juego con las ventanas y verjas, ante el cual la gente inclinaba levemente la cabeza al pasar. Me quedé unos minutos apoyado en una pared, y poco después un carnicero de la calle contigua me contó algunos detalles sobre la leyenda del sepulcro. Se cuentan que, tras resucitar, Jesús inicia junto a algunos discípulos y amigos su camino hacia la Cachemira, buscando el reencuentro con la más pura de las tribus perdidas de Israel que se suponía emigrada a esta zona. Una vez asentado allí prosigue su vida, predicando entre sus vecinos, hasta su muerte. Lo curioso es que pruebas científicas realizadas a los huesos demuestran que corresponden a una persona israelí de hace un par de milenios. Para darle más inri, en un pueblo vecino a Srinagar, sus habitantes tienen un particular dialecto con palabras que derivan del arameo, amén de apellidos similares con los de esta época y vestimenta (incluyendo unos curiosos gorros) igualmente parecida. Dicen las malas lenguas, o eso me contaba el carnicero, que el propio Vaticano mantiene constantemente en Srinagar a una persona.

Lo cierto es que no hay evidencia escrita sobre a tumba hasta mediados del siglo XVIII, cuando se apunta a que hay un profeta y príncipe enterrado allí que responde al nombre de Yusafaz. Para darle más vueltas al asunto, resulta que ése es uno de los nombres del mismo Buda. La tumba no había tenido relevancia hasta finales del siglo XIX, cuando la comunidad islámica ahmadiyya identifica la tumba de Yusafaz con la tumba de Jesús, citando para ello varios documentos históricos.

Interior de la tumba de Jesús en Srinagar (India)

Tras la charla me aproximé a la puerta del pequeño edificio. Como el candado no estaba cerrado, la hice chirriar y entré sin pensármelo dentro del recinto. Antes de abrir la segunda puerta, escuché un fuerte grito de un transeúnte, pero al mirar a mi alrededor no vi a nadie. Abrí sin dudar, y tras dar literalmente dos pasos, me encontré frente a la famosa tumba. Era una sala húmeda donde reinaba un silencio absoluto. El ataúd en sí estaba separado por rejas del habitáculo en que me encontraba, cubierto con telas verdes de acuerdo a la tradición islámica. Una silla de madera, varios libros religiosos y algo de incienso, todo bajo una considerable capa de polvo, conformaban la única decoración de la sala. Por un momento fantaseé con que pudiera estar a un metro del mismo Jesucristo. Era una sensación extraña. Ciertamente, no creía que frente a mi se encontrase el cuerpo de Cristo, pero siempre queda un regusto en la mente que te dice: ¿Y si…?

Vendedor callejero en Srinagar

Una editorial británica acababa de publicar un libro titulado «Jesus lived in India«, con detalles más contrastados y ampliados que los que yo aquí comento fugazmente, que durante mi viaje no dejé de ver por todo el país. Además de eso, el escritor Andreas Faber-Kaiser defendió diferentes veces en su obra la idea de que Cristo estaba enterrado en Cachemira, basándose para ello en las teorías de los ahmadiyas, y haciendo popular la historia en occidente. Sé que existen varias historias similares a ésta, pues he leído sobre otros sepulcros de Jesús de Nazaret en Kazajstán, Tíbet, Filipinas y Siberia. El mismo Internet está lleno de información y documentales, unos con más morbo mediático que otros, sobre el asunto.

Atardecer en el lago Dal de Srinagar

Esa misma tarde, muchas personas con las que hablé me dijeron que la situación se pondría más inestable en los próximos días, así que decidí irme al día siguiente en el primer vehículo que saliera hacia el norte, y adentrarme más en el Himalaya. Pero eso, será otra historia

NOTA AL LECTOR: Este texto fue de los primeros que escribí en esta web. Era mi primera vez en India, y entonces no sabía que acabaría volviendo más de una decena de veces a ese país que tanto me ha dado. En ese mismo viaje peregriné a las fuentes del Ganges, entré ilegalmente en Tíbet y conviví con ascetas, entre otras de mis mejores experiencias viajeras que te invito a leer.