Siendo pequeño, nunca pensé que viajaría. Cuando algún familiar me contaba que por trabajo había ido a un congreso o reunión en otro país, la admiración era máxima. Leía admirado a Tintín, o veía documentales en televisión, fascinado no sólo por pensar que aún quedasen comunidades tribales en nuestro planeta, sino que hubiera personas como esos cámaras que llegasen a ellas. Entonces pensaba que debían ser grandes exploradores. Fantaseaba con la idea de que algún día yo fuera uno de ellos, pero la cosa quedaba en eso, en una fantasía, un sueño.
Han pasado algunos años desde entonces, y en este instante, puedo contar en horas el tiempo que me resta para partir a Asia sin billete de vuelta. No sé precisar cuándo nació realmente esta idea. Quizá me ha acompañado siempre, gestándose lentamente con todos esos comics, libros y documentales, o quizá latía internamente en mi y simplemente tuve que detenerme a escucharla. Sea como sea, todavía me cuesta asimilarlo, y me sigue pareciendo ese utópico y lejano sueño. Aunque lo siento como tal, no es la primera vez que salgo de casa. Tres meses por aquí, otro verano por allá, otro par de meses en este rincón, otro tanto en este otro, y así, de manera “cubista” puedo sentirme afortunado por haber cosechado un buen puñado de experiencias enriquecedoras y aventuras por el globo. Pero todas estaban unidas por del común denominador de que existía una marcada vuelta a casa. Viajar ahora con ese condicionante eliminado me ensimisma sobremanera dejándome atónito frente al mapa. El sentimiento de saberme único responsable de mi tiempo y sentir la totalidad del planeta en que nací bajo mis pies me acelera en corazón y desatan a saber cuántas reacciones químicas en mi cuerpo. Soy incapaz de transcribir en palabras con fidelidad esa sensación.
Ensimismado antes de que atardeciese en Bagán, Birmania.
Llevo días durmiendo mal de la inquietud interior, y es que vuelvo a leer simples nombres que se me antojan poesía, y me pregunto si tendré la astucia necesaria para estirar mis escasos ahorros y que pasen de ser mera grafías de un mapa a parte de mis recuerdos, vivencias, y en esencia, experiencia vital. Sé más que de sobra que quien mucho abarca poco aprieta, y que no podré recorrerlos todos, pero ahí están el Reino del Mustang, Sikkim, las siete hermanas indias, el estado birmano de Chin, Ras Musandam, el reino del Mrauk-U, la totalidad de Papúa-Nueva Guinea, Rumtek, Tawang, las aldeas perdidas de Yunnan y Sinkiang, el Monte Kailash, los monasterios y cenobios descritos por Gurdjieff en todo Asia Central, la impenetrable jungla de Borneo, el archipiélago Sulú, Altai, Issyk-Kul, Kamchatka, la Indonesia más aislada y una interminable lista que si desgranase me ocuparía no menos de dos folios. ¿Cuáles conseguiré visitar? ¿A quién conoceré en ellos? ¿Qué aventuras me sucederán? Creo que un viaje que no te cambia no es un viaje, y ahora me pregunto: ¿En qué me cambiará este?
Cerca de alcanzar el origen del río Ganges.
Forjar propias opiniones. Ampliar miras. Derribar limitaciones. Aprender a desaprender. Seguir escudriñando en esas sensaciones y enseñanzas que a quien persevera, la vida enseña. Sentirme vivo, y aunque ínfimo, parte activa del planeta en que nací. Comprender un poco más las leyes que lo rigen. Creo que con esa retahíla respondería escuetamente a la siempre presente pregunta “¿Y qué buscas con esto?”. Pero mentiría. Por encima de todo hay algo que prima y sin lo cual lo demás no tiene sentido: disfrutar. El resto simplemente aparecen de forma inherente, y en mi caso, potencian ese disfrute.
Unos de los leitmotivs principales de este viaje es conocer las zonas donde las costumbres y tradiciones se han visto menos influenciadas por esa corriente que a pasos agigantados está homogeneizando a todos los habitantes del mundo, haciéndonos a menudo olvidar nuestra propia identidad cultural. El escritor y antropólodo Levi-Strauss ya relataba apenado en los años veinte del pasado siglo este fenómeno. No quiero imaginar qué pensaría si pudiera levantar la cabeza ahora. Afortunadamente, siguen quedando enclaves y lugares auténticos y puros, no sólo por el lugar físico, sino por las personas que lo pueblan, y no veo el momento de recorrerlos tanto de piel para adentro como para afuera. Además, aprovecharé este tiempo para convivir, como otras veces he hecho, con los monjes de algunos monasterios en los que oralmente se llevan generaciones transmitiendo enseñanzas sobre nuestra propia especie.
Rindiendo homenaje al viajero Francisco Javier en el castillo navarro en que nació.
Reconozco que mi mayor inspiración viajera se la debo a los viajeros del pasado cuyos diarios han robado muchas horas a mi sueño, como Francisco Javier, Ibn Battuta, Fernão Mendes Pinto o el chino Hieun Tsang, y aún más a Juan Pobre de Zamora, Pedro Cubero y Pedro Ordóñez, quienes siglos atrás ya dieron la vuelta al mundo. Me siento identificado con todos ellos, y aunque no concibo héroes ni ídolos, pues creo que quien mucho tiene de una cosa, otro tanto carece de otra, de tenerlos, todos estarían en mi lista. Sin ellos, es probable que no estuviera ahora escribiendo estas palabras, y por ese motivo, aprovecharé este nuevo periplo para pagar la deuda que siento rindiendo un humilde homenaje a sus vidas y lo que me enseñaron en aquellos lugares que visitaron.
Hablar del futuro es siempre querer adivinar, y más aún cuando no tengo más planificación que la constante improvisación, por ello sería absurdo llenarme la boca con algunos de los tantos finales que puede tener todo esto. Quizá me acabe instalando una temporada en un lugar que me atraiga, o vuelva a casa alcanzando América en barco-stop con escala en islas míticas del Pacífico como Vanuatu, Tonga, Kiribati, Palaos, Pascua o las Marquesas. O peregrine a pie a los santuarios sufíes de Asia central, y conviva con los pocos nómadas que siguen recorriendo sus estepas antes de regresar a Europa. Cómo saber si abordaré el transiberiano para tornar a casa a través de Siberia, parándome para adentrarme en zonas ignotas del desconocido y vasto norte de aquel país. O quien sabe si, y tiemblo sólo de pensarlo, materializaré mi sueño de circunvalar el planeta. O ya que nunca ha de decirse nunca, que incluso deje de atraerme viajar, y decida volver. Y en ese enorme interrogante siento parte del atractivo de este viaje. Confío en que como tantas veces antes, llegue un momento en que sienta al viaje tomar vida, ser un ente más, y que la resolución de mi futuro aparecerá entonces de manera tan natural como obvia.
(Me tomó la fotografía mi amiga Verónica López Almeida, en los territorios liberados del Sahara Occidental)
Escribo estas palabras a menos de cuarenta horas de partir a Oriente Medio, con el sueño de toda una vida a punto de empezar, y no recuerdo haberme sentido así nunca.