Ojalá nunca hubiese tenido que escribir esta entrada.

Busca en Internet cualquier fotografía de la Tierra desde el espacio. ¿Ves todas las fronteras, que dividen la geografía del globo? Yo tampoco. Mira ahora de cerca los desiertos del mundo: Kalahari, Gobi, Thar, Arabia… y piensa durante unos segundos qué te sugieren. Probablemente te hayan venido a la cabeza imágenes de camellos, nómadas, jaimas, dunas o algún oasis. Y no te falta razón. Lo que quizá no sepas es que muchos de ellos encierran grandes conflictos, contrariedades e injusticias. Quiero -y debo- contar hoy la historia del muro entre Marruecos y el Sahara Occidental. ¿Te imaginas que un país entero, en mitad del desierto, estuviera dividido en su totalidad por un enorme muro?

 

El Sáhara Occidental, país cuya completa geografía está cubierta por la arena del desierto homónimo, era patria de varios pueblos nómadas que vagaban por su interior, y de un buen puñado de pescadores con asentamientos en la costa. Poco después del tristemente famoso reparto colonial del continente africano, España pasa a ocuparlo, y posteriormente colonizarlo. En su famosa obra “El Principito”, D’Exupery afirma que “Lo que hace bello al desierto es que en algún lugar esconde un tesoro”. Ignoro cuánta razón tenía el autor, o qué joyas guarda este arenoso lugar, pero lo cierto es que en esta nación deseosa de ser reconocida existe una gran cantidad de fosfatos enterrados (allí se encuentra la mayor mina de este mineral tan extendido en las industrias), y que las aguas que bañan al país tienen unos de los caladeros más ricos del Atlántico. Eso se traduce en dinero, y explica en buena parte que, Marruecos y Mauritania quisieran ocuparlo. Con un ambiente cargado por algunos saharauis que ya pidieran la independencia (de España) allá por 1970, el abandono del territorio por los militares españoles en 1975, el fin de la dictadura franquista, fue la perfecta coyuntura para que Marruecos maquillase con su “pacífica” marcha verde la invasión y colonización de este territorio. Mauritania quedó rápidamente fuera de la ecuación al carecer de infraestructura militar, y la guerra comenzaba.

Restos de armas junto al muro

 

Vinieron diecisiete años de conflicto armado. En desventaja armamentística, los saharauis no sólo perdían vidas, sino su propia tierra. Forzados a huir a la vecina Argelia, se establecieron provisionalmente en la hamada (algo así como el desierto dentro del desierto). Cada vez que los marroquíes ganaban otra considerable franja de terreno, construían un muro que parapetase la tierra conquistada, y así nació, en varias tandas, el hoy conocido como muro de la vergüenza. Dos mil setecientos kilometros que vertebran en dos el país saharaui. A la izquierda, queda la parte ocupada por Marruecos, de la que algo hablé aquí, y a la derecha los territorios liberados por el Frente Polisario. Al este de éstos, dentro ya de las fronteras argelinas, aquel asentamiento provisional es hoy casa para trescientas mil personas, que siguen viviendo, desde hace treinta y ocho años, en la cárcel a cielo abierto que suponen los campamentos de refugiados.

Estados Unidos tiene en la dinastía alahuí, gobernante de Marruecos, su principal aliado islámico. Francia, amén de explotar los citados bancos de pesca y fosfatos, fue colonizadora de todos los países del Noroeste africano, y si bien sobre el papel no lo es ya, la realidad es que la influencia que tienen sobre éstos no es siquiera discutible. Por ello, ver todo el territorio que controlan interrumpido por el fragmento que representa el país saharaui les supone un “grano en el culo” tanto comercial como geopolítico. Estos son algunos de los motivos que les hacen respaldar notablemente la invasión marroquí al Sáhara Occidental, y por los que envían fondos económicos (camuflados como ayuda para cooperación) para sufragar costes, así como material bélico. Muchas de las armas, minas helicópteros, tanques y aviación son los excedentes y “sobras” de la guerra de Vietnam, cedidos a Marruecos por Estados Unidos.

Armas recogidas en las inmediaciones del muro

Armas recogidas en las inmediaciones del muro.

Se estima que el mantenimiento del muro cuesta la friolera de tres millones de dólares diarios. En cada kilómetro un pequeño aprovisionamiento provee la infraestructura necesaria para repeler ataques, así como radares para detectar movimientos en el lado saharaui. Cada cinco kilómetros un destacamento aún mayor refuerza a los anteriores. Por si no fuera esto suficiente, las inmediaciones del muro está minadas, impidiendo así el acercamiento físico a él. En esencia, que el muro no es infranqueable por su altura ni dureza de sus materiales, sino por la enorme contingencia militar desplegada a lo largo de toda su longitud.

Restos de metralla cerca del muro

 

No es raro encontrarse resto de munición en varios lugares del Sáhara Occidental, particularmente cerca de Tifariti, Bir Lerlhu u otros enclaves donde las contiendas y enfrentamientos fueron rutina durante años. Lo mismo ocurre cerca del muro, donde antes de llegar, pueden verse restos de mortero, metralla de diferentes tipos y hasta bombas de fragmentación y racimo (prohibidas internacionalmente), que azarosamente esparcidas sobre la arena atestigüan la historia reciente del pueblo saharaui. Allí aún me resulta más fácil poner escenario, y refrescar conmocionado la memoria, con las tantas conversaciones que he tenido en varias visitas al Sahara, con todas esas personas recordándome sus varios meses en el desierto, durmiendo arma en mano con un ojo abierto, calmando tímidamente al estómago con cus-cús y el imperativo té, e intentando en alguna ofensiva ganar posiciones frente al ejército marroquí. Aquellos días se alargaron durante años. Otras de nómadas, todavía con el DNI de la época franquista en el bolsillo, que sin saber bien qué ocurría un día vieron su tierra arrebatada, y repelidos con tiros fueron obligados a huir. Otras tantas de los primeros años de guerra, con familias separadas despertando con la continua incertidumbre de ignorar dónde estaban sus familiares, o si seguían vivos, pues las campañas duraban meses. Algunas más de compañeros que fallecieron en el frente, y cuyos cadáveres no pudieron recoger en la huida, y así una interminable lista de testimonios que encogen el corazón…

Soldados en el Muro

Con otras doce personas, más un todoterreno impuesto como escolta por el Frente Polisario, nos acercamos al muro. Nos quedamos suficientemente lejos para evitar el campo de minas cercano, pero lo suficientemente cerca para ver a los soldados seguir con prismáticos nuestros movimientos. Para los saharauis que me acompañan ese muro representa la última frontera de la tierra en que viven viven exiliados. Han estado allí varias veces, pero están visiblemente tocados. Aquella atrocidad es fruto del conflicto que obligó a truncar su vida por la guerrilla, y la vida de la guerrilla por la del refugiado. Con la del refugiado van ya décadas de espera, amanecer tras amanecer, a que su lucha silenciosa algún día les haga cambiar de vivir exiliados en un país no reconocido a poderlo hacer en su tierra.

Refugiado saharaui frente al muro

En una pared de los campos de refugiados leí una vez: “Mujer saharaui, tú me enseñaste a luchar”, y lo ciertos es que siento franca admiración por este pueblo hijo del desierto, con una fortaleza interior que ningún muro parece capaz de derribar, con cuyo silencio y resistencia pacífica luchan esperando que el futuro de sus hijos transcurra en la tierra que les arrebataron.

Divide en dos el Sáhara Occidental.  Le llaman muro de la vergüenza, y a mi a veces la única vergüenza que me da es la de pertenecer a esta especie, que ambicionada por el poder, construye paredes kilométricas hasta en mitad del desierto. Ojalá nunca hubiera tenido que escribir esta entrada.